24 de Noviembre de 2012
Yo soy un árbol normal.
Bueno, si me apuras, igual te digo que tengo unas ramas bien torneadas y un
tronco tirando al de El Árbol de la vida
de Klimt, seguramente antepasado mío.
En realidad no soy tan
normal, para qué engañarnos. Soy un árbol joven y sobre todo, afortunado. Muy
afortunado. Aparte de pasarme el día rodeado de niños que corren, juegan,
descubren botines y surcan los mares… ahora también soy el guardián de uno de
sus tesoros más preciados: sus chupetes. Y todo porque aquel día, Carmen y
Marga se fijaron en mí.
Un día vinieron unos señores
y pusieron una valla de colores a mi alrededor, así, por las buenas, sin
explicarme ni un poquito a qué venía tanto engalanarme. Y lo malo de no vivir
en un bosque frondoso es que no tengo a ningún árbol al lado al que poder
preguntarle si me queda bien o me sobra un poquito de atrás. Pero cuando empecé
a ponerme nervioso de verdad, fue el día en que pusieron LA PLACA. Una enorme señal que me
nombraba Árbol de los chupetes de Sevilla. Nada menos.
Estaba claro que algo iba a
pasar y por eso cada día me esforzaba para que mis ramas estuvieran más fuertes
y mi copa más frondosa, aunque teniendo en cuenta que estábamos a un paso del
invierno, poco podía hacer. Guardaba la
esperanza de que lo que fuera a ocurrir, esperara hasta la primavera y que mi
desnudez pasara desapercibida hasta entones (soy un romántico y un tímido
empedernido; en el fondo tengo madera de galán de bosque) pero algo me decía
que no iba a ser así… sobre todo cuando aquella mañana, empecé a notar más
movimiento de la cuenta a mi alrededor.
Llegaron temprano, cargados
con mesas, manteles, galletas y mucha ilusión. Eso lo sé por los abrazos que se
daban, por los gritos de alegría cuando algunos de ellos se conocían por fin.
Luego me enteré de que llevaban un tiempo preparando todo lo que ocurriría ese
día, hablando por teléfono e intentando ayudar entre todos, a que este día
fuera especial. Y lo fue desde el primer momento.
Cuando el sol marcaba las
doce del mediodía, cientos de pequeños armados con sus chupetes, tomaron mi parque
deseosos de que la fiesta empezara ya. Y empezó.
Marga y Carmen dieron la
bienvenida a todos los que quisieron formar parte de aquel día tan especial. Yo
sonreía por dentro, pensando en lo que habían estado tramando durante aquellas
visitas que me hacían meses atrás. Nunca se lo agradeceré lo suficiente… ni mi
madre, que ahora presume de hijo ilustre delante de los vecinos del parque.
Y… bueno… si mi antepasado
posó para Klimt, yo no me quedo atrás: tengo mi propio cuento. ¡Qué momento!
Cientos de pares de ojos cargados hasta arriba de ilusión, me miraban atentos…
hasta que apareció Pilar… y su gran
libro azul salido de un cuento de hadas. Y como sólo ella sabe hacerlo, de su
boca empezaron a brotar palabras que no olvidaré nunca; superheroa… mayorniña… el
pájaro multicolor. Aquella historia bailaba en sus labios, se paseaba por mis
ramas y mecía sin querer las pocas hojas que formaban mi copa aquella mañana de
noviembre. Pilar los hipnotizó, nos hipnotizó a todos y hasta la autora del
cuento lloró de emoción al escuchar la historia de su pequeña Carlota mientras
la miraba orgullosa, embelesada y llena de amor.
Pero Pilar no estaba sola. A
su lado, con una sonrisa que iluminaba el parque entero, María la acompañaba
signando el cuento con su lenguaje para bebés. Y para que nadie se quedara sin
saber por qué soy el encargado de custodiar chupetes sevillanos, Macarena lo signó para sordos.
Y el cuento terminó. Y
empezó el verdadero motivo de aquella fiesta: ellos, los pequeños piratas,
subidos a hombros de sus padres, ayudados por ellos a dar el gran paso, alzaron
sus bracitos y me regalaron su ilusión más grande. Chupetes pequeños, grandes,
rosas, azules y verdes, chupetes muy usados y otros más nuevos, marrones y
transparentes, hasta un chupete con forma de boca, todos, atados a sus cintas,
empezaron a colgar de mis ramas.
Yo no podía dejar de llorar
de la emoción… era tan grande lo que estaba ocurriendo bajo mis ramas. Personas
que apenas se conocían trabajando codo con codo sin más interés que la
felicidad de sus pequeños, de muchos pequeños. Y ellos, convencidos y
valientes, decididos a dejarme custodiar a su compañero de vida, al que le había
acompañado desde el día en que nació.
Y claro, con tanta emoción,
les entró hambre… así que todos en fila para probar las galletas, bizcochos y
chocolatinas que habían preparado algunas mamás cocinillas (o casi).
Una vez saciado el apetito,
tocaba jugar. Algunos lo hicieron decorando un árbol de papel en el taller que
prepararon Vane y Carmen; otros buscando tesoros en el barco pirata; otros
corriendo a mi alrededor… otras hablando y riendo sin parar, felices por
hacerse conocido. Porque de aquel día, y está feo que yo lo diga, salieron
cariños sinceros y amistades maravillosas que durarán siempre… ya estoy otra
vez con el romanticismo, no tengo remedio.
Así que definitivamente no,
no soy un árbol normal. De tal palo…
El momento del cuento.........puedes ver las fotos AQUI
La cuelga de chupetes.....puedes ver las fotos AQUI
El taller creativo........puedes ver las fotos AQUI
Por Begoña Guerrero
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